sábado, 7 de abril de 2018

La Gran Muralla China


Tan sólo la sensación que se experimentaría al trepar por alguna de las grandes pirámides de Egipto (lo cual está absolutamente prohibido), podría equipararse a la emoción que produce el caminar por un tramo de la única construcción humana que es visible desde el espacio y, con telescopio, desde La Luna. Recorrer una pequeña parte de sus 8.851,8 kilómetros de longitud, supone una vuelta atrás en el tiempo y, con un poco de imaginación, puede que el viento entre las almenas nos traiga el sonido de algún combate…


Aunque sus orígenes pudieran remontarse al año 800 antes de nuestra era, al mismo tiempo que el general cartaginés Aníbal conducía su ejército hacia Roma (218 a.C.), Qin Shi Huangdi, primer emperador de la dinastía Qin, ordenaba unir todas las murallas levantadas en el norte por los Reinos Combatientes en una sola. El objetivo era el de poder defenderse de una vez por todas de los ataques de los hiung-nu (hunos o bárbaros de las estepas). Hacia el 204 a.C. ya se habían edificado más de 1.900 kilómetros que las sucesivas dinastías se encargarían de prolongar, hasta su longitud total, en un recorrido que arranca por el este en Shanhaiguan, a orillas del Mar Amarillo, y que transcurre hacia el oeste por montañas, valles, ríos y desiertos, hasta finalizar en la ciudad de Jiayuguan, en la provincia de Gansu, situada al sur de la Mongolia Interior. 

La construcción de la Gran Muralla, Wan Li Changcheng (La Larga Muralla de Diez Mil Li), tal y como hoy la conocemos, continuó hasta el siglo XVI con la dinastía Ming y dicen los expertos que, si los ladrillos que se utilizaron para edificarla se pusieran en un único muro de 5 m de alto y 1 de ancho, éste daría la vuelta al mundo y aún sobraría material. Sin embargo, pese a la magnitud de la fortificación con muros de 7 m de alto y 7 de ancho como media, pasos en los que se acantonaba el ejército imperial, 25.000 atalayas almenadas situadas cada 180 m de muralla y las torres de señales necesarias para mantener la comunicación en cada cima o punto estratégico, lo cierto es que la Gran Muralla nunca sirvió a su objetivo y las tribus nómadas del norte continuaron atravesando las defensas durante toda su historia… Cuenta la leyenda que Gengis Khan tan sólo tuvo que sobornar a los centinelas para franquear la fortificación e invadir el Imperio Celestial, denominación por la que también se conoce a China y que tiene su origen en la dinastía Zhou (1050 a.C. y 256 a.C.). Los Zhou entendían que el poder emanaba del Cielo y que era éste el que autorizaba el poder de los emperadores. Por tanto, era Cielo el que gobernaba y China era el imperio del Cielo, el Imperio Celestial… 


La Gran Muralla transmite historia ancestral… Sus ladrillos milenarios hablan de un gran pueblo capaz de organizarse y de derrochar el esfuerzo necesario para dar continuidad a una construcción colosal a través de barrancos, valles, cimas de montañas de más de 3.500 m de altura, áridos desiertos, ríos caudalosos y, también, zonas impenetrables… Pero si contemplamos con detenimiento ese grandioso muro que, miremos por el lado que miremos, siempre se pierde por el horizonte, también comprenderemos el por qué la Gran Muralla fue motivo de odio durante gran parte de su historia… Un poema de la época de la dinastía Song (960–1279), expresa un sentimiento común: La muralla es tan alta porque está rellena de los huesos de soldados. La muralla es tan profunda porque está regada con la sangre de los soldados

Durante gran parte de su historia la Gran Muralla fue un símbolo de una brutal tiranía que devastó la riqueza del país y llevó a la muerte a miles de personas que trabajaban en su construcción. Se estima que en determinados momentos hubo más de un millón de personas trabajando, entre los que había delincuentes, prisioneros, esclavos, campesinos y soldados… Se sabe que durante la dinastía Sui (581-618), al no haber hombres suficientes, se obligó a trabajar a las viudas.

Sea por el paso del tiempo o por la necesidad de conseguir materiales de construcción de forma rápida, lo cierto es que, en algunos tramos, la Gran Muralla se encuentra muy deteriorada. Pero también no es menos cierto que el gobierno chino, sabedor de su importancia turística, ha restaurado algunas secciones a las que se puede acceder todos los días, de 8:00 a 16:00 horas. Entre los tramos más visitados por los turistas destaca el de Badaling, situado a unos 70 kilómetros al noroeste de Beijing (Pekín). Pero aquellos que puedan y quieran disfrutar de las vistas más hermosas de la Gran Muralla, es mejor que vayan a partes más distantes como las de Simatai, Jiugulou y Jinshangling.


Los visitantes que se decidan por el tramo de Badaling se encontrarán con un gigantesco circo turístico alrededor de su entrada principal. Un gran número de restaurantes y cientos de puestos de recuerdos, dan la bienvenida a otro tipo de hordas muy diferentes a las que antaño portaban espadas, lanzas o flechas… Los actuales bárbaros ya no sólo proceden del norte, sino de todo el mundo y sus armas favoritas son las cámaras de fotos y las de filmar, además de los teléfonos móviles. Puede que durante muchos siglos la Gran Muralla China fuese incapaz de evitar las invasiones de las tribus bárbaras del norte, pero lo cierto es que en la actualidad constituye una importantísima fuente de ingresos para un país al que pertenece más de una quinta parte de la población mundial.

La Larga Muralla de Diez Mil Li, una de las Siete Maravillas del Mundo y posiblemente la mayor obra de ingeniería, es el monumento material de un gran pueblo con un gran pasado, cuya historia escrita se remonta a más de 3.500 años. A lo largo del tiempo muchos son los que intentaron atravesarla y, también numerosos, los que lo consiguieron… En la actualidad también hay quien intenta recorrerla en su totalidad, a pie, en bicicleta, en solitario… Prácticamente todos terminan abandonando… Hay quien dice que por la noche los fantasmas recorren el lugar y que el miedo acaba haciendo mella en el ánimo… Quizás sea que bajo las estrellas la Gran Muralla muestra su verdadera realidad.

                                                                                                                    Ángel Alonso

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